Biografía

 

Don José, presbítero y predicantautor

Con este artículo presentamos a José Ruiz Osuna, sacerdote católico que desde hace años, previa autorización de su arzobispo, derribó barreras y prejuicios introduciéndose en el mundo de la música. Preocupado por el avance de la secularización y solícito a los envites que muchos de los que conocían su trayectoria musical y artística le hacían, editó su primer disco “Dame tu amor”, al que han seguido: “Nuevo Milenio, Misericordia, Acércate, Viviré, This os love y Ganador”. De este último que saldrá en septiembre, hoy, 17 del 07 del 2017 se ha publicado «La Fe» es la canción nº 6 de un total de doce.

Muy pronto, a pesar de no contar con ningún apoyo comercial, su propuesta llamó la atención y empezó a ser conocido como “donjosé el cura rockero”. Desde entonces ha venido realizando conciertos y presentaciones por toda la geografía nacional y en otros países de América latina, Europa y EE. UU.
Nunca quiso utilizar lo novedoso de su aportación en beneficio propio. Él se considera ante todo, sacerdote y misionero. Su principal pretensión es la de dar a conocer lo que Jesús ha hecho en su vida y en la de su familia, en especial en su única hermana: rockera, nº 1 de los cuarenta principales… y actualmente laica consagrada al Señor.

Sus canciones son, vivencias, textos de la Biblia y mensajes evangélicos, envueltos en ritmos modernos, rotundamente alegres que animan el corazón. Algunos críticos han dicho de donjosé que está a la altura de músicos consagrados como Miguel Ríos, Rosendo, Manolo García… pero con una diferencia sustancial: sus letras hablan de esperanza, la verdadera libertad, entrega a Cristo, perdón, etc.
Podemos afirmar, sin que nos domine el cariño, admiración y respeto que sentimos por él, que actualmente es uno de los mejores músicos católicos del mundo de habla hispana. Que nadie diga que ser cristiano es de antiguos o de aburridos; donjosé nos demuestra que vivir en Jesús, por Jesús y para Jesús es una fiesta«. Firmado por A. E.

Autobiografía

Para que nadie pueda escandalizarse quiero dejar claro que no he roto la promesa de obediencia que hice a al Sr. Obispo el día de mi ordenación sacerdotal. Ésta, para algunos, insólita iniciativa de evangelizar cantando, siendo sacerdote, tiene el beneplácito del actual Cardenal-Arzobispo de Toledo, como la tuvo de los anteriores. 
Al ejercicio del ministerio sacerdotal en las parroquias de Talarrubias, Puebla de Alcocer, Quismondo y Maqueda; le añado el apostolado musical con el deseo de que el mensaje de Jesucristo se expanda lo más posible a través de sencillas y alegres canciones de pop – rock (ahora con mensaje evangélico) que siempre fue mi diversión favorita. 

Mi nombre es José Ruiz Osuna. Nací en un pueblecito de Jaén que se llama Higuera de Calatrava. Allí se conocieron mis padres: José, natural de Tolox (Málaga) y mi madre Carmen, natural de Cabra (Córdoba). Soy andaluz y amante del flamenco, afición que aprendí de mis padres y del ambiente.

Mi infancia fue difícil. Nací en un ambiente pobre en todos los sentidos. Me preguntaba por qué. Siempre he preguntado el porqué de las cosas. Mi padre, por la situación económica, había proyectado para mí que fuera  mecánico. Pero lo que yo deseaba era estudiar para pensar, conocer y saber el porqué de las cosas. Me gustaba la música, la literatura. etc. 

En el último curso de primaria, con unos doce años ya a la desesperada se me ocurrió escribir a Franco,  al que muchos, por ignorancia, complejo y prejuicios, pretenden ahora que lo borremos de nuestra memoria. Yo, le estaré eternamente agradecido. Se me ocurrió escribirle una carta pidiéndole ayuda económica para poder estudiar. Aunque sabía donde vivía, después de dirigirme al Generalísimo Francisco Franco Caudillo de España, escribí: Ministerio de educación y ciencia. Madrid.  Aunque no recuerdo bien, me respondieron loando mi audacia y concediéndome una beca de 14.000 pesetas. Cuando  leí  la carta a mis padres, que desconocían el asunto, lloraron gratamente emocionados y orgullosos de la hazaña de su hijo.

En la actualidad, España está a la cabeza de los países que sufren mayor fracaso escolar de Europa. Muchos niños de mi época queríamos estudiar y no  podíamos  por carecer de oportunidades.  Ahora,  hay muchas oportunidades  pero poca voluntad de aprender. Desde que soy sacerdote,  he sido testigo de cómo se enviaban a los colegios públicos, desde la junta del gobierno regional,  cajas de preservativos, no para coleccionarlos sino incitando a su uso, “póntelo, pónselo”. Estos recursos junto a grandes dosis de pornografía y violencia, en cine, tv, discos,  etc. han ayudado mucho al cumplimiento de la “profecía, amenaza, sentencia” o qué se yo… proferida por el célebre Alfonso Guerra, vicepresidente del gobierno socialista:   A España, en unos años no la conocerá ni la madre que la parió.

Con beca hice los  estudios medios en el I.E.M. de Martos  hasta sexto de bachiller. En este curso  me quitaron la beca porque suspendí seis asignaturas.  Sin ánimo de auto exculparme, creo que la causa principal fue que  aquel año, por orden ministerial, nos obligaron a estar en la misma clase a  chicos y chicas. Me enamoré tanto, tanto de la primera de la clase que casi no podía concentrarme en nada más. Para más sufrir  me rechazó por otro muchacho más guapo, alto y rico que yo.
Un viejo comunista, vecino mío, intentó, y casi lo consigue, convencerme de las excelencias del socialismo. Para  él compuse una de mis primeras canciones: “Canto a Frasquito Guevara paisano de mucha edad con sangre roja en las venas lucha por la libertad…” Por este anciano aprendí  el espíritu de protesta y rebeldía hasta el punto de no callarme ante cualquier injusticia por pequeña que fuera.  Por esta razón a los 16 años, me vi envuelto en un pequeño lío municipal.  Mi padre, intentó arreglar el asunto obligándome a ir a la casa del alcalde con un obsequio y a pedirle perdón de rodillas. Me presenté en La casa del Sr. Alcalde diciendo: “Estoy aquí por obedecer a mi padre pero lo que no pienso hacer es ponerme de rodillas delante de vd,  yo no me arrodillo nada más que ante Dios. Y en cuanto a pedir perdón dígame de qué? A punto estuve de ir a un correccional.

Con once años mi párroco, Don Pedro, intentó convencer a mi padre de que me permitiera ingresar en el seminario. Imagino que percibiría mi vocación en mi forma de entender y vivir las cosas de Dios, especialmente, por el respeto y afecto a la santa misa. Don Pedro, me enseño a valorar el canto gregoriano para las misas solemnes. A veces, me elegía para que cantara algunos solos por mi voz de niño pura y angelical.

Por el anticlericalismo radical de mi querido, admirado y buen padre, el párroco no pudo hablar con él para convencerle de que me enviara al seminario, pero sí  pudo hablar con mi madre. Cuando delante de mí, se lo contó, me miró de arriba abajo como perdonándome la vida y con un tono 
amenazante me dijo que si me iba al seminario me la cortaba. Pensé que era una advertencia para evitarme del peligro de caer en algo dañino para mí, pues él me quería mucho y siempre me protegía del mal; mas en esta ocasión, por ignorancia, cometió un  ¡error y vaya horror!

Al cumplir dieciocho años abandoné los estudios para irme a Madrid. No quería estudiar ni trabajar sino divertirme y pasarlo bien. Estaba seguro de haber nacido para ser feliz y no para sufrir.
Mi padre y muchos profesores me enseñaban que la Iglesia era una super estructura que engañaba  a los ignorantes con la promesa: de un cielo para después de la muerte si eras sumiso y obediente; y un infierno, para los rebeldes.
Mi definitiva determinación fue: si Dios y el cielo no existen, nadie me premiará. Si el demonio y el infierno tampoco, nadie me castigará. Por una necesidad de coherencia tenía que procurar pasarlo bien; cuanto más, mejor. 
Estuve en varios grupos de música, componía canciones «antisistema”, me gustaba participar en las locuras de la noche. Era la movida madrileña ochentera.

Desde los 18 a los 22 años que acabé el servicio militar viví pasándolo tristemente bien. Podía haber vuelto a la famosa cadena de cafeterías Manila donde trabajé nada más llegar a Madrid; allí tenía mi puesto de trabajo asegurado, pero quería triunfar en la música como otros grupos con los que coincidía en los locales de ensayo y salas de conciertos como Rockola o el Sol.
Como sin trabajo no podía subsistir, busqué otro que me permitiera tener más tiempo libre para poder dedicarme en serio a la música. Encontré uno de secretario-ayudante de un periodista del Opus Dei. Esto fue providencial ya que si en la cafetería y en la mili experimenté los aromas y sabores del mundo, de la carne y de los demonios; ahora, muy pronto: los de la Iglesia, del cielo y de los santos. Fue a través de chavales de mi edad, miembros del Opus Dei.

Me hicieron descubrir una «nueva humanidad» que nunca imaginé pudiera existir en la tierra. Eran deportistas, trabajadores, sufridos, educados. formales y muy alegres. Además de trabajar o estudiar, iban a misa diaria, Rosario diario, lectura espiritual y meditación diaria, etc. Todo lo hacían con una naturalidad y sencillez cautivadores. Encontré el gran tesoro de mi vida.
Conocí los valores de la verdadera amistad: responsabilidad, entrega, acompañamiento desinteresado y mucho cariño sin blandenguerías. Esta nueva humanidad era la Iglesia que me habían ocultado los que por desconocimiento y experiencia nula, mentían sobre la misma.
cuanto más conocía y practicaba aumentaba en grandes dosis en mí: la paz, el sosiego, la alegría, el deseo y la esperanza de vivir para contar y cantar a los cuatro vientos mi gran descubrimiento. 

Fue para mí un maravilloso des-engaño. Me sentí liberado de mis propias mentiras, de las amistades interesadas y egoístas, de la hipocresía, vanidad, etc. Al mismo tiempo entraba en la Verdad y el Amor de Jesucristo: libre, gratuito, desinteresado… El centro de mi vida, que siempre había sido mi propio yo, empezó a ocuparlo el Señor. Consideraba justo y necesario que fuera así. Después de conocerle un poco, nada me había parecido tan perfecto e interesante para ser el objeto principal de mis deseos y complacencias.

¡Qué delicadeza la de Jesús para conmigo! Ningún reproche, nada de riñas, solo perdón y alegría. Claro que para eso tuve que reconocer mis pecados y pedir perdón.
¡Qué experiencia tan maravillosa aquellas primeras confesiones! Los sacerdotes no podían imaginarse mi felicidad al sentirme liberado del peso de mis muchos pecados.
Deseaba que amaneciera pronto para ir a la primera misa del día, siete u ocho de la mañana. ¡Qué momentos de intimidad y de presencia viva de Jesús, después de comulgar, en el silencio de la mañana en el templo!
Desde los 22 años hasta los 26 que ingresé en el seminario, todos los días, la misma experiencia. Me sentía raro en aquellas misas diarias matinales rodeado, casi siempre, nada más que de gente mayor. Me consideraba un privilegiado y además rebelde, pues en mi nuevo modo de vivir seguía haciéndolo contracorriente.
Lectura de libros de espiritualidad y vidas de santos, mucha oración delante del sagrario, y las predicaciones de convivencias y retiros, que me encantaban, eran mis nuevas diversiones. Sin esfuerzo dejé la noche, la música, etc. Había descubierto una nueva humanidad y el cielo, aquí, en la tierra: Jesucristo, la Iglesia.
Me parecía mentira… ¡Yo, que tanto critiqué a la Iglesia, a los curas, al Opus Dei..! Yo, que luché lo que pude (militando en la  izquierda) por la libertad, la igualdad y la justicia social… ¡Y acabé siendo cura!
Lo iba entendiendo poco a poco, sobre todo, cuando en mi nueva situación, en tantas ocasiones, tuve que oír que me habían  lavado el cerebro. Yo les preguntaba que porqué, antes, cuando me veían de malas maneras, no me reprocharon nunca nada; antes bien, me aplaudían y lisonjeaban siempre.